por Alien Carraz
Conocí
a Marcela en ciudad de Panamá. Mi espíritu gitano, con 22 años encima, me había
llevado hasta allá sin siquiera proponérmelo. De hecho, y a pesar de tener ya
algo más de un año viviendo ahí, no había podido conectarme con el ajetreo de
la urbe y muchas veces me sentía un poco fuera de lugar recorriendo sus calles
sin tener un rumbo ni un propósito determinado. Aquel día, mientras pensaba en
agarrar un bus hacia Costa Rica y observaba distraídamente el ir y venir de la
gente sentado en un banco de la avenida Balboa, mis ojos se toparon con el
espectáculo de una chica luchando con un bolso. Por la forma de intentar
llevarlo se me ocurrió que la pobre había calculado muy mal su peso. A duras
penas podía con él, y tras unos gestos rabiosos mirando al cielo, la chica optó
por sentarse en él, indiferente a las miradas curiosas de la gente que pasaba a
su lado. Me sorprendí cuando un par de ojos negros, encolerizados y enormes, se
clavaron en los míos. Me sentí como parte de una de esas películas donde una chica hermosa parece poner su mirada en los ávidos ojos del hombre,
pero en realidad ella está mirando a alguien que viene acercándose detrás de
él. Con esa imaginación centelleando en mi mente, ni siquiera quise hacer el
intento de mirar detrás mío.
Prefiero hacer el loco que
un gesto tan humillante –pensé
¡Hey, tú...! - gritó ella mirando hacia
mí y como si hablara conmigo
Mis
ojos, en dirección a los suyos, hicieron lo mismo que hace mi cámara fotográfica cuando le giro el lente: desenfocarse.
Súbitamente,
desperté de mis fantasías y presentí de un golpe que, ella, la loca sentada en
su bolso, estaba, efectivamente, ¡hablándome a mí!
¿Me hablas a mí? -pregunté sin dejarme
vencer por la tentación a voltear a mis espaldas
Eres el único en frente mío -exclamó con una sonrisa
entre traviesa y burlona
A lo mejor te enteras que
estoy casi muerta con este bolso de mierda...perdón, dije de
porquería...jajajaja...
Mi
mente, siempre atenta a un sin fin de cosas, tiende a las complicaciones más
ridículas del mundo cuando se trata de una chica bonita. Me tomó un instante
reaccionar con alguna conexión ante aquello del “bolso de mierda...”...
¿Necesitas que te ayude?
No sé...pero si quieres puedes
hacerlo
-dijo soltando una risita, al tiempo que se puso de pie, y en el segundo
siguiente las curvas de su cuerpo se apoderaron absolutamente de mis ojos. Los
jeans ajustados descubrían toda la delicia de sus formas.
¡Guau!
(me dije) ¡qué cul...!
Su
mano extendida me sacó de mis calentones pensamientos.
Hola, soy Marcela -estrechó mi mano como lo
haría un hombre atlético mucho más que una chica linda.
Miguel, me llamo yo -le dije con toda esa
naturalidad muy propia del calentón nervioso con una mente orientada a tetas y
culos
Jajaja
-replicó ella alegremente
En
mi mente se disparó la sentencia de mi madre en aquella vez que me descubrió
haciéndome pasar por otro yo para
conquistar a una chica inalcanzable:
¡Por Dios que eres
acomplejado, eh!
Gracias, por tu ayuda,
Miguel. La verdad es que no me la puedo sola -me dijo al tiempo que puso su pie izquierdo
sobre la banca y se inclinó para rehacer el nudo de su zapatilla. Mis pupilas
se fijaron en la exquisita redondez de sus pechos y no sin esfuerzo pude quitar
la mirada.
Me
sorprendió lo grande y pesado que era su bolso. Ahí vine a descubrir el porqué
de los músculos de aquel bombón cuando estrechó mi mano. Con una agarradera en
cada mano cruzamos la plaza y nos detuvimos en una esquina de la avenida con el
semáforo peatonal en rojo.
¿Qué tal un refresco? -preguntó, y sin esperar
respuesta tiró de su lado del bolso obligándome a cruzar la calle y seguirle
hasta una mesa afuera de una cafetería.
Si crees que soy una loca
que va de huida y que llevo todo lo mío adentro de este ridículo bolso -soltó de golpe- pues...estás casi en lo cierto -hizo un
mohín de fastidio antes de continuar- aunque...en
realidad, no quise cargar con nada que me recuerde nada...¡Qué idiota!
–exclamó, elevando sus brazos al cielo.
El
mesero dio un respingo
¡No, no, no me refería a ti! -dijo ella soltando una
carcajada- Hablo de mí...¡de la loca que
hace más idioteces que otra cosa!
…Anda con los nervios -dije, por decir algo, al
sorprendido camarero que no se decidía si irse o quedarse
Un
par de ojos negros como dos brasas húmedas se posaron en los míos al tiempo que
una mano suya me hizo una caricia en el hombro.
Eres lindo -dijo
El
mesero me sonrió y recuerdo haberle pedido cualquier cosa que no supe qué era.
En mi mente resonaba la música de una melodía fabulosa ¡Eres lindo!, decía la canción...
Fueron
como 10.000 minutos de absoluto silencio. Ella hurgaba en el bolso y yo
contemplaba el paisaje urbano, sus colinas de cemento, sus casas de cemento y
el pasar de los coches, sus ruidos y ese olor típico que sale de los escapes de
toda la maquinaria del mundo moderno...
Sentí
la necesidad imperiosa de ir al baño. No era una cosa fisiológica sino una
urgencia de un retrete en soledad para reordenar cierto nivel de caos mental
que me llenaba la materia gris con ideas estrafalarias y emociones idiotas.
Me
resultaba inquietante descubrir lo absurdo que puede uno llegar a ser con 22
años encima y una inmadurez babosa galopante. No me llegaban respuestas al cerebro
que me sirvieran para que mis siguientes pasos fueran lo suficientemente
adecuados e inteligentes para que a aquella chica deliciosa no le diera por
pararse y desaparecer para siempre.
Mientras
me lavaba las manos y hacía desaparecer todo vestigio de algún sudor y
nerviosismo en ellas, miré al frente, y entonces pude observar con toda
claridad al tonto reflejado en el espejo.
Cuando
me vio venir, me regaló una sonrisa y un par de ojos que se achinaron de esa
forma tan encantadora que hacen algunos ojos de algunas chicas lindas cuando te
quieren demostrar que les da gusto verte. La novia de mi hermano mayor siempre
me regalaba su cariño con ojos así...
Pensé que habías huido -dijo y soltó una carcajada
Traté
de imaginar algo gracioso que decir pero, sentía un alborotado gozo dentro de
mí y eso podía jugarme una mala pasada o
quizás me podía llevar a decir algo que me retratara como el más tarado de la
mesa 6 del restaurante...
Perdí el tren... -dije casi sin querer
¡Jajajaja! –rió, al tiempo que agarró
el tenedor e hizo el gesto de clavármelo.
Mientras
comíamos y charlábamos de Costa Rica, Honduras y otros lugares que yo tenía en
mente visitar, mis ojos se perdían en ella contemplándola furtivamente. Me
fascinaba la forma de su boca y de sus labios que eran una fiesta de mohines
mientras hablaba (¡y hablaba!), a la vez que sus manos de dedos largos y
fuertes –casi masculinos- parecían dirigir con batuta la música orquestada de
sus razonamientos. En realidad, todo lo de ella me parecía exquisito y
gracioso. Su pelo, la forma de su cabeza, su frente…¿Por qué será que a las
mujeres lindas y encantadoras cuesta tanto verles alguna imperfección? Me acordé de la letra de una canción de
Mecano: “…Por mucho que intento, no
recuerdo tus defectos...”
Lo
más malo de ser un cachondo, inmaduro y enamoradizo, es esa tendencia peligrosa
de dejarse arrastrar por las emociones y construir mundos de fantasía en los
que uno siempre quiere ser el héroe que rescata a la princesa. Marcela, se
enjugaba las lágrimas mientras su relato se iba haciendo cada vez más
intrincado y sensible. Según la versión que salía de su boca, su padre no la
entendía, y tampoco su madre. Me contó que entre ellos había una diferencia de
edad de más de 35 años. Que su papá estaba ya demasiado viejo para fungir de
padre, y que su mamá fue y era demasiado joven y loca como para haberse hecho
cargo de algo parecido a una faceta maternal. También me contó que tenía un
hermano menor de 12 años, y que le daba mucha pena no tener una relación más
afectiva con él.
Es que mi hermanito vive encerrado
en un mundo extraño que no logro descifrar. ¡Sé que soy egoísta, que soy mala
hermana, que soy una cabrona, una hija de puta! –explotó, junto con
levantarse de la silla y murmurar algo como… Discúlpame, ya vengo
Cuando
regresó del baño, no se sentó al otro lado de la mesa sino que se paró en
frente mío y me miró por un instante con sus ojos rojos e hinchados. Su mirada
era dulce, pero parecía contener muchos signos de interrogación
¿Eres loco o eres tonto? -me soltó de un golpe
Porque si fueras normal ya
te habrías ido -remató, con una sonrisa que
más parecía una mueca.
El
bobo dentro de mí se quedó petrificado. Otro de mis yoes, el más mentiroso de
todos, quiso esbozar una sonrisa simpática, pero ningún músculo sonriente de mi
cara fue capaz de moverse. El cínico que llevaba siempre para situaciones de
riesgo vital, tuvo la genial idea de gritarme al oído que me tapara la cara con
mis dos manos y dejara un ojo a la vista entre mis dedos…
Yo ser loco y tonto –dije, y ella soltó una
carcajada.
Yo,
estaba sorprendido de la rapidez con que Marcela me había abierto su corazón.
Una ola de calor me recorría el cuerpo cada vez que ella ponía sus ojos en los
míos. Nuestra conversación se fue haciendo cada vez más íntima y cómplice.
Hablamos de casi todos los temas de nuestras vidas, de nuestros miedos, de
nuestros sueños, de los planes que teníamos para ser felices o para no ser
infelices. También hablamos del amor. Me contó que había roto una relación de
varios meses y que estaba convencida que había hecho muy bien en acabar con
eso. También me dijo que su ex era una persona que vivía obsesionado con la
impecabilidad, que era demasiado rígido y que siempre se mostraba ansioso por
cuestionar la falta de fe y el loco frenesí de la vida de otras personas.
Un tipo raro y aburrido -me dijo una voz cínica al
interior de mi cabeza.
Ella,
hablaba y hablaba, y mis ojos se perdían, casi hipnotizados, siguiendo el ritmo
de sus labios. Tenía que hacer un enorme esfuerzo para no desbarrancarme en mis
deschavetados pensamientos que sólo me hacían sentir unas ganas locas de
besarla.
Sus
palabras, que resonaban en mis oídos como el eco de una música de fondo por
cada minuto que pasaba (¿o eran segundos?) se diluían en mi mente y yo cada vez
entendía menos los significados de las frases que salían de su deliciosa boca.
En mi loca fantasía, yo la besaba con dulce pasión pero, a la vez, con un loco
frenesí de lujuria…
Me
sentía preso de emociones que no podía doblegar en mi mente ni transformarlas
en otra cosa que no fueran deseos y delirios. Mi cabeza, seguía divagando por
su cuenta y, de pronto, me trajo a la memoria algunas chistosas imágenes de mi
perro Kal, al que le pusimos ese nombre como diminutivo de “calentón",
porque cuando era un bebé cachorro se montaba en la pierna de cualquiera de
nosotros, incluso, de mi hermanito más pequeño que apenas estaba aprendiendo a
caminar. Así que cuando Kal se le subía encima terminaban los dos en el suelo.
Soy como Kal -pensé- y se me llenó la
cara de risa.
¿¡Qué tiene de gracioso lo
que te estoy contando, eh!?
Su
voz, retumbó en mi cabeza como un disparo. La miré con ojos de huevo frito y
como quien se topa de frente con un ser de otro planeta, de color verde, 5 ojos
y dos narices. Traté de inventar alguna frase, algún gesto, un chiste, pero,
sólo me topé con un caos al interior de mi cerebro…
¡Jajajaja! En realidad es
tan tonto lo mío que hasta podría ser gracioso –exclamó ella con
resignación, dejándose caer en el respaldo de la silla. Sus ojos, que aún
tenían las señales de haber llorado, se clavaron en los míos.
Eres malo –me dijo
Pe…pero ¿qué hice? –balbuceé
¿Tú crees que soy demasiado
tonta o qué?
–se inclinó hacia adelante, puso los codos sobre la mesa y ambas manos en sus
mejillas. Me dejó caer todo el peso de una mirada intensa y ¿burlona?. No supe
si estaba jugando, tomándome el pelo o verdaderamente quería saber...
No, yo no creo nada de eso –dije raudo- Lo que sí creo es que parece que te gusta
castigarte. Si te soy franco me estaba riendo de algunos pensamientos locos que
se me metieron en la cabeza
¡No me digas! ¿Y qué tipo de
pensamientos eran esos?
¡Ah, no -traté de sonar gracioso- esas materias son cosas íntimas y privadas
que no se pueden contar!
Jajajaja -rió de buenas ganas y luego
puso su mano sobre la mía
Ojalá que no cambies y te
vuelvas un pendejo como la mayoría de los hombres cuando dejan de ser niños…
Sus
palabras, me sonaron como un comentario fuera de lugar. No sentí que estaba
siendo graciosa, sino que, lo que me decía, tenía que ver con algo que me dijo
antes y que yo no escuché por estar pensando en su boca o en comérmela viva. El
contacto de su mano fue una sensación deliciosa, una caricia.
¡Vaya! -exclamé- Parece que tienes cuentas pendientes…
Me
miró como si me acabara de descubrir. Soltó mi mano y con esos mismos dedos me
dio un suave apretón de nariz, pero suficiente como para bloquearme el paso del
aire.
¡Hombres…hombres!...¡Nunca
escuchan lo que uno les dice!
Pero ¿de qué hablas? –fingí una protesta con voz
de trompeta (aún no me soltaba la nariz)
¿Acaso no entendiste nada de
lo que te dije sobre Alberto? -agregó, entrecerrando sus ojos y escudriñando en
los míos (junto con liberarme la nariz)- ¿O
no me escuchaste?
Mi
Yo experto en mentiras de urgencia, estaba listo para soltar una excusa digna
de algún abogado de esos que ganan todos los juicios, cuando, inesperadamente,
el más tonto de mis otros yoes saltó primero al ruedo y dijo la frase idiota
del día con cara de baboso y buena gente, una mezcla fatal que puede hacer huir
para siempre a la mujer perfecta.
Sabes, Marcela -dije, con una voz que me
sonó ajena- te debo confesar que no te
pude escuchar todo lo que dijiste porque me quedé pensando, básicamente
soñando, en otros momentos de mi vida cuando era un niño feliz…
¿Y...?
…Y,
bueno, tú me hiciste volver a aquellos tiempos idos…
¿Yo?
…Así es. Lo que pasa es que
tú…eres…como...era...la chica de mis sueños…-agregué apenas, aunque con la plena convicción de
haberla cagado terriblemente.
Como
un gesto cariñoso, me pasó su mano por la cara, de arriba hacia abajo.
Eres lindo, pero pareciera
que eres de esos que se enamoran con muy poco –dijo y se dejó caer en el respaldo de la
silla.
Sentí
algo frío en alguna parte del cuerpo e inmediatamente me di cuenta que ella
había dejado de sentirme y ahora me
estaba pensando. Sus ojos habían
perdido ese brillo cálido y no parecían desear achinarse mientras me observaba.
Me arrebataron todos los miedos de siempre cuando estoy con una chica que me
gusta y con la que doy por sentado que me estoy encaminando a la salida por la
puerta que da a los desperdicios.
No sé, yo sólo creo que eres
una linda chica. Eso es todo –dije sacando palabras de alguna parte. Mi mente me
empujaba a jugar cartas que no parecían tan buenas
Perdón, Miguel, pero no me
refiero…o sea, no digo que esté mal –balbuceó (y eso me gustó mucho)- Lo que pasa es que me parece muy irreal que
te formes una opinión o que me pongas de chica de tus sueños así de pronto…¿No
será que eres un soñador empedernido?
El
cínico de mí (que estaba agazapado esperando su oportunidad) aprovechó el
momento
Nunca dije que tú fueras la
chica de mis sueños. Dije que te parecías a la que era en mi pasado…cuando era un niño
Pude
notar (con regocijo) que mis palabras no le resultaron indiferentes. Se puso
seria. En ese momento, sentí que me había recuperado un poco de mi paso en
falso. Aunque, en otra parte de mí, algo me decía que a lo mejor mi babosería
no había sido un error después de todo. Sabía (o más bien, sentía) que una mujer hermosa era un planeta a años luz de toda lógica, raro
e indescifrable.
Después
de unos cuantos segundos de incomodidad en los que Marcela pareció volverse
indiferente y ajena, ocurrió lo inesperado y que nos sacó brutalmente de
nuestro mutismo. Por el rabillo de mi ojo derecho pude captar el momento justo
cuando, tras oír el chirrido de unos neumáticos sobre el pavimento, una figura
enorme y oscura se nos vino encima a toda velocidad. Creo que fue mi espíritu
animal y la loca costumbre de andar corriendo riesgos y pasar sustos, lo que me
hizo reaccionar espontáneamente y arrojarme sobre Marcela para desparramarnos
sobre el piso y terminar golpeándonos contra las sillas y las macetas con plantas
y arbustos que decoraban el patio del restaurante. El coche se incrustó a menos
de dos metros de donde nos encontrábamos. El caos fue total.
Lamentablemente,
una pata de una silla se clavó en una oreja de Marcela, que perdió el
conocimiento. Me asusté terriblemente al verla desmayada y con la sangre
corriendo por su cara y su cuello. Había vidrios rotos por todas partes y se
escuchaban los gritos de los heridos adentro del restaurante y de la gente que
llegaba corriendo desde la calle. Mientras intentaba despejar las sillas a su
alrededor y quitar los pedazos de vidrio sobre ella, me di cuenta que yo tenía
un feo corte en la palma de mi mano izquierda y en varios dedos de ambas manos.
También descubrí que me había roto algo en la nariz.
Me
senté junto a ella sin atreverme a moverla ni dejar que nadie de los que
llegaban espontáneamente a ayudar lo
hiciera. Alguien me pasó unas toallas de papel y me taponé la sangre que salía
de mi nariz. Las ambulancias y la policía, tardaron como 10 minutos en
aparecer. Durante todo ese tiempo, me dediqué a sacar todos los pequeños
pedazos de vidrios sobre su cuerpo y su
ropa, y me alegré que trajera puestos unos jeans, una blusa de manga larga y
unas zapatillas de caña alta. Todo ello le sirvió de protección. Su respiración
parecía bastante normal. Pude tomarle el pulso y escuchar los latidos de su
corazón con mi oído en su pecho. Fueron instantes muy locos. El perfume que
emanaba de su cuerpo las dos veces que puse mi oreja entre sus pechos, me hizo sentir todo tipo de cosas que no debía (dadas las
circunstancias). De hecho, estaba aterrado de que la gente a mi alrededor
descubriera que yo era un ¿depravado? que ¡tenía erecciones! con tan solo inclinarme sobre
ella.
En
esos instantes, yo (el calentón con erecciones), rogaba a todos los dioses, con desesperación, que llegaran
las malditas ambulancias de una buena vez.
Marcela,
estuvo 4 días en el hospital, y yo la acompañé diariamente, a pesar que lo mío
fueron unas cuantas curaciones, tres puntos en la palma de mi mano y un corte
al interior de mi nariz de la que sacaron una pequeña pieza de metal incrustada
en ella. No estaba rota como creí en un principio. También, tenía mis dos
rodillas hinchadas y adoloridas. Lo de Marcela fue más por precaución. No tenía
nada interno en su oído, sólo un corte y un feo moretón en su oreja. Sin
embargo, sufría de recurrentes dolores de cabeza.
Aunque
no quise preguntarle, me pareció algo extraño que no hubiese amigos o
familiares visitándola. De hecho, en cierto momento, y mientras comía algo en
la cafetería, se me vino a la cabeza que yo no tenía idea de las cosas más
básicas acerca de Marcela, como de dónde era ni qué edad tenía ¡Qué loco! ¿Cómo
no hablamos de eso? -me pregunté- Yo, tampoco le dije que era chileno…¿O sí?
Se
veía preciosa recién despertando, con su cara de enferma y su oreja inflamada
como zapallo morado. Sus ojitos se achinaron al verme llegar. Le entregué el
chocolate.
¿Cómo te sientes?
Bien…bastante bien -dijo, y luego cambió su
expresión y sus ojos se humedecieron- Miguel,
quiero darte las gracias por salvar mi vida…
No
supe qué decir. Mi repentina condición de héroe era algo que no estaba en mis
planes. Sin embargo, intuí que era mejor sólo sonreír (y dejarme querer)
Ah, y muchas gracias por el
chocolate. Necesitaba algo dulce…
¿Lo dices por mí? –exclamé con cara coqueta
Jajaja. ¡Claro que sí! ¿O
creías que era por esta ¡mmmmm! deliciosa barra de chocolate? –dijo, haciendo mohines y
pasándose la lengua por los labios.
¡Oye, qué inmunda eres! ¿Acaso
no sientes mi dulzura, colombiana mala gente? –declaré intencionadamente
Me
miró con ojos de interrogación
¿Colombiana? ¿Quién te dijo
que yo era colombiana?
¿No lo eres?...¡Vaya!...¡Qué
complicación!... ¡mmmmmm…! -hice chasquear mis dedos- Entonces…¡Venezolana
mala gente!
Frío…cold…
-dijo, con voz de una rumiante que come chocolate
¡Ahá…lo tengo! Eres una
cargante mexicana que nació en Gringolandia –rematé convencido
Not at all, dear friend! –dijo la rumiante poniendo
cara de pilla- Andas lejísimo de la meta…
Me doy. Digamos, entonces, que eres una loca extranjera de algún país olvidado
en alguna galaxia muy, pero muy lejana…
¡Bravo!
–exclamó, aplaudiendo- ¡Has dado en el
clavo! Soy una alienígena que nació en Trujillo, que es un divino planeta que
queda en Perú…
¡Noooo! –gruñí, tapándome el rostro
con las manos- ¡No puede ser! ¿Por qué
este castigo, dioses del Olimpo? ¿Acaso no sabéis que los peruanos nos odian
porque continuamente les ganamos en el futbol y el pisco chileno es mucho mejor
que el pisco, ¿dije pisco?, quise decir, que el aguardiente peruano?
¡Nooooo, Dios mío! –exclamó ella tapándose el
rostro con la almohada- ¿¡Qué he hecho yo
para merecer esto!? ¿¡O que un arrogante chileno me haya salvado la vida no es
ya suficiente castigo?
Después
de contemplarnos mutuamente por unos segundos y reírnos de buenas ganas, nos
tomamos de las manos y, casi sin darnos cuenta, nos dimos un corto, dulce y
delicioso beso en la boca. Una especie de “piquito” que le llaman.
A
mí, me dolían las manos y la nariz, y a ella le zumbaba el oído.
Fue
una cosa muy rara. En ningún otro momento de esa tarde se me ocurrió creer que
entre Marcela y yo se había desatado un romance. El beso, fue como un momento
encantador que pertenecía sólo a una circunstancia extraordinaria: ella, estaba
segura que yo le había salvado la vida, y yo estaba seguro que me estaba
enamorando… ¿Enamorando?...¡Já! –dijo
la voz en mi cabeza- ¡No jodas! Te la
quieres devorar, que es otra cosa…
Sus
ojos, que se achinaban siempre para mí apenas entraba o salía de la habitación,
me empezaron a resultar cargantes; era como si estuvieran todo el tiempo
llorosos y hasta los bordes de un empalagoso cariño agradecido, una cosa
viscosa que se transformaba en una barrera infranqueable que no me daba
oportunidad ninguna de dejarme ir tras mis impulsos de tomarla entre mis brazos
y comérmela a besos… ¿Hay algo peor que tener a la mujer de tus sueños, o a una
copia de ella, mirándote con los ojos del gato de Shrek todo el tiempo? ¿Quién
puede ponerle una cuota de pasión desbocada a una relación emotiva hasta las
lágrimas y basada en la falsa idea que yo soy un maldito héroe de porquería?
Cuando
llegué al día siguiente, me topé con una habitación llena de gente. Marcela, me
presentó con el grupo de compañeros de la universidad. Ahí, me vine a enterar
que estaba en su último año de Artes Visuales en la Universidad de Panamá.
Todos
ellos, me saludaron efusivamente mientras me contemplaban con ojos de
admiración. Mi fama de héroe crecía a pasos agigantados y podía sentir la
dulzona mirada de las personas en cualquier lugar del hospital que me
encontrara. ¡Qué fastidio! ¿Era para tanto?
Por alguna razón, en esa oscura parte de mi ego cargado de excitaciones
y complejos, yo no sentía tener tantos merecimientos por haberme arrojado
encima de Marcela.
A lo mejor, fue por un acto
de locura sexual -pensé, y me dio un ataque de risa
¡No se preocupen! –pude oír la voz de
Marcela- Él, es así. Siempre se anda
riendo solo. Y ya saben lo que es eso…-agregó, risueña, mientras hacía
girar un índice a la altura de su sien.
Lo
bueno de ser un héroe es que las personas te celebran casi todas tus pendejadas
y rarezas, incluso hasta tus chistes malos.
Mientras
todos reían y me palmoteaban la espalda, Marcela, y su cara de cordero
degollado, me hacían sentir ganas de salir huyendo de la habitación.
En
las semanas siguientes, el asunto entre Marcela y yo, no pasó de decenas de
whatsapps suyos con distintas layas de agradecimientos, varias llamadas y un
par de encuentros con un capuchino al frente y, a lo sumo, una veintena de
minutos de conversación banal y cariñosa. Desgraciadamente, el golpe en su oído
sí le trajo consecuencias y debió seguir una terapia para tratar una hipoacusia
(afección al tímpano) que no le permitía oír bien. También, me contó que tenía
sensaciones de vértigo.
Me
parecía tan raro verla y no sentirme alborotado por comérmela a besos. Su
rostro levemente demacrado, y cierta apariencia de fragilidad, me hacían
experimentar otras emociones que me daban ganas, o de salir huyendo o de
abrazarla y protegerla. No podía conectarme con nada sensual mientras la
observaba. ¡Una locura! ¡Si ella era una delicia por donde se le mirara!,
incluso con el tímpano hecho mierda o con su cara de paciente hospitalaria.
Me
sentía sumamente confundido. El lado callejero de mí, un aventurero y calentón
sin moral ninguna, parecía haberse
pasado al planeta sensible y buena gente sin autorización de nadie. Tanto así,
que, mis ojos, siempre ávidos de traseros redondos y senos turgentes, se
desentendían, momentáneamente, de la existencia de tales maravillas, y no eran
capaces de mirar a esta mujer hermosa sino con la pasión y la intensidad de un
bobote simplón y cariñoso.
La
casa de Marcela, era grande, de espacios amplios y denotaba el estatus de
comodidad económica de sus propietarios. Por alguna razón inexplicable, no me
sentía muy alegre ni cómodo cuando cruzamos el umbral de la puerta y nos
recibió un señor mayor, alto, macizo, de aspecto severo y quien me extendió una
mano de dedos grandes que no tenían ninguna fuerza ni carácter al saludar. Mi
intuición -otro de los incorpóreos seres vivos que cargo encima, y que me salva
de muchas cosas o me echa a perder otras- me cuchicheó al interior de mi cabeza
que mantuviera siempre una prudente distancia con aquel personaje.
La
habitación de Marcela era linda y espaciosa. Había dibujos, pinturas y
bellísimos colages repartidos por todas partes, un par de atriles, una mesa
abarrotada de útiles de pintura y una cama grande cubierta con una colcha de
cuadros multicolores que hacía juego con una alfombra en tonos burdeos.
Unos
golpes en la puerta anunciaron la aparición de un par de mujeres cuarentonas. La
morena de ojos esmeraldas, una hembra de esas que en alguna reencarnación
fueron panteras, me miró como quien se prepara a darse un festín con la presa
de turno.
¡Hola chicos! –exclamó, irrumpiendo en el
cuarto y extendiéndome su mano, mientras en su muñeca tintineaban media docena
de pulseras de oro y plata-
Soy la mamá de Marcela –dijo, con una amplia
sonrisa de dientes perfectos.
Su mano
era suave como la seda y su apretón me pareció especialmente cálido y hasta
sensual. Era una mujer de esas que uno ve en las revistas rosas exhibiendo un
cuerpo maduro, pero en todo su esplendor, y que ocupan la mayor parte de sus
vidas en hacer ejercicios para los glúteos y las tetas o se gastan fortunas en
cremas para la piel, y hasta tienen una masajista sueca que les moldea la
figura y les relaja una mente calculadora llena de ideas ardientes y donde el
Yo es único y enorme, como una catedral.
Desde
el umbral de la puerta, la otra señora (igualmente gatúbela, pero en tonos
castaños y bronceado perfecto) hizo un círculo con la mano abierta a modo de
saludo.
Otra
intuición amiga me hizo sentir que en Marcela se había instalado un halo de
tirantez.
Aunque
lo de las damas fue una visita relámpago, el desasosiego que quedó en el
ambiente fue suficiente como para sacarnos irremediablemente del flujo de
intimidad que habíamos conseguido cuando entramos en la habitación.
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El
silbido del whatsapp me indicó la llegada de un mensaje. Era de Marcela.
Hola ¿Cómo va la vida?
Una
corriente de alerta se encendió en mis testículos. El cosmos sensorial
conectado con mi anatomía, siempre me ha mandado mensajes de alerta a través de
mis glándulas peludas. Un hormigueo o una sensación de recogimiento, significan
que algo no está bien o que algo está por llegar o quizás que no debo dar el
paso siguiente en cualquier situación
que me encuentre.
Todo ok ¿Y tú?
Me gustaría verte
Desde
aquella tarde que conocí su casa y a sus padres, ya había pasado algo más de
una semana y no habíamos tenido ningún contacto.
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Constanza, manipuladora, metiche profesional y, aún, amiga sin ventajas, se dio vuelta en la cama, se sentó y acomodó la almohada en su espalda antes de disparar:
Te apuesto que es ella -dijo
El
maldito olfato femenino es algo que siempre me ha hecho creer que si los
hombres les contamos mentiras a las mujeres es por culpa de esa capacidad
siniestra que ellas tienen para intuitivamente descifrar lo que bulle
al interior de nuestras masculinas cabezas. A nadie le gusta que le lean la
mente y le escarben en las mentiras.
Desgraciadamente,
a Constanza le contaba muchas cosas, y entre ellas, algunas verdades y otras
tantas mentiras acerca de Marcela. Espontáneamente, me dio por lo último
No –dije sin inmutarme- es un mensaje de otra cosa
¡Mentiroso! –exclamó, al tiempo que de
un manotazo me arrebató el teléfono y saltó de la cama.
En
vez de reaccionar y ponerme a pelear con ella, me quedé tal cual estirado y
puse mi mejor y más estudiada cara de indiferencia. Constanza, me miró con
chispeantes ojos de triunfo
¿Viste? ¡Eres un cínico!
¡Cómo se nota que te tienen cogido de un huevo! –se volvió a recostar
bruscamente a mi lado dándome la espalda.
Constanza,
era una loca de atar, una mujer de 30 años, casada, con 2 hijos pequeños; súper inteligente y súper tonta, cariñosa,
buena gente, pero, emocionalmente, era una mocosa de quince, y a la vez, una
mujer alta, hermosa, exuberante, con un culo maravilloso y unas tetas demasiado
pequeñas que eran su gran trauma. Siempre me hablaba de querer operárselas.
Era
divertido estar con ella, aunque yo entendía perfectamente que toda su
exhibición de confesiones, carcajadas y brindis (mientras bebíamos deliciosos
vinos blancos que ella traía de una viña donde trabajaba) no era sino parte de
sus juegos mentales, teatrales y eróticos, que nunca concluían en sexo porque
ella sufría de un loco amor neurótico por su marido, a la vez que disfrutaba
enormemente la certeza de tenerme en la palma de su mano y hacer conmigo
cualquier cosa que quisiera. Incluso, que yo me enamorara de ella. Por lo
mismo, la parte excitante para Constanza de nuestras tertulias se terminaba
cuando se daba cuenta que yo me volvía un calentón medio ebrio, un mal actor,
un bobete que inventaba frases huecas con la pura intención de llevarla al
sexo.
¡Puta de mierda! –mascullé con rabia muchas
veces de madrugada cuando la veía partir furtivamente sin haber podido hacerla
mía.
Una
noche, llegó a mi casa pasadas las 10. Yo estaba en mi segundo ron y enfrascado
en la laptop escribiendo un cuento acerca de mi infancia en el campo. Como
siempre, apareció como una tromba, fresca, radiante y con una botella de un
Chardonnay en la mano.
¿Qué escribes? –dijo mientras rebuscaba en
un cajón por el descorchador
Nada que te importe –dije por molestar
Seguramente, alguna carta de
amor a la peruanita –exclamó y soltó una risita burlona
Nunca
sabía yo si Constanza me decía pesadeces por burlarse o porque era una posesiva
de mierda que le gustaba jugar a la que le importaba. Había veces en que me
parecía estar celosa de verdad. Me gustaba creer eso.
¿Y tú qué tal? –dije para salir del tema
Apenas
la sentí llegar detrás de mí, cerré la laptop.
¿Adónde va la intrusete? –alcancé a decir junto con
abrazar mi computadora
¡Pero qué perseguido eres! –exclamó con una voz en
tono juguetón- Tú ya deberías saber que
adoro las novelas baratas, já!
Si
hay algo que me molesta gravemente, es esa impertinencia de algunas personas
que no saben respetar la intimidad de otros. Constanza, tenía cosas de intrusa
que me fascinaban, pero a la vez, podía ponerse cargante que daban ganas de
agarrarla del cuello, apretar, y esperar a que se pusiera azul.
Tenemos que brindar –dijo al tiempo que puso
una copa de vino sobre mi escritorio- Hoy
es un día para celebrar
Sin
soltar mi laptop hice girar la silla para enfrentarla
¿Qué vamos a celebrar? –la escudriñé intentando
descifrar cuál podía ser el truco
Ella,
meneando su cabeza, me miró con el ceño fruncido
¡Por Dios, qué cegatón eres!
¡Cómo se nota que nunca te fijas en nada!
¡No me digas! ¿Y cómo en qué
tendría que fijarme según tú? –yo seguía desconfiando
Primero, el brindis –exclamó radiante- hoy me siento contenta, realizada…¡me siento
feliz!...y tú eres el primero en saberlo…¡Puto privilegio el tuyo, invidente de
porquería!
Dicho
eso, y tras el brindis, Constanza, desabrochó su cortaviento y con un gesto de
modelo de pasarela echó sus hombros hacia atrás y se giró de perfil mirándome
coquetamente por sobre su hombro…
¡Guau! –pude exclamar ante la
vista esplendorosa de un par de tetas exuberantes- ¡Qué bien! –aplaudí- ¡Se ven
hermosas!
Constanza,
parecía estar en éxtasis. De hecho, hasta se le humedecieron sus ojos de
emoción al verme genuinamente encantado con sus gomas nuevas.
¿Se pueden palpar? –dije por si acaso (y con
una erección instantánea)
¿Palpar? No. Sólo tocar –advirtió con una seriedad
poco frecuente en ella
Tengo que cuidarme hasta que
me saquen los puntos –agregó, arruinándome toda posibilidad de hacer algo sabroso con sus
tetas nuevas.
Me
dejó hacer, aunque con una mano levantada, lista para intervenir en caso que me
entusiasmara. Se sentían suaves, llenas, acariciables, delicadas y firmes. Unas
gomas de esas exquisitas para besar y morder.
.............................
.............................
Con
Marcela intercambiamos varios mensajes que me fueron pintando un panorama
bastante confuso acerca de la emocionalidad de mi amiga ¿amiga? Me sonaba raro
pensar en ella como mi amiga, aunque en estricto rigor no éramos sino
exactamente eso. Finalmente, acordamos vernos en la misma cafetería del
accidente. La esquina había sido remodelada y ahora lucía varias señalizaciones
de alerta y un par de lomos de toro de esos que obligan a reducir la velocidad.
¡Quedé
perplejo! De hecho, casi ni la reconozco. Marcela, apareció con un corte de
pelo a la usanza de las heroínas de algunos juegos de video japoneses y con un
chispeante color azul, casi eléctrico. Se veía ¡espectacular!
¡Guau…te ves súper! –pude decir
Vestía
unos jeans azul de costuras blancas que resaltaban su figura en todo ¡todo! su
esplendor. Quedé algo loquito por unos segundos, mientras ella me dio señales
de estar en una onda my reservada.
Nada de arcoíris –pensé, al tiempo que nos
abrazamos con emoción.
¿Todo bien? –pregunté ya instalados en
una mesa, esta vez al interior del local
En
ese momento, nuestras miradas se encontraron, y justo cuando le iba a decir lo
linda y hermosa que estaba, apareció el mismo mesero que nos atendió en aquella
terrible tarde del accidente.
¡Qué gusto me da verlos
nuevamente!
–dijo agachándose a darle un beso en la mejilla a Marcela, para luego estrechar
mi mano efusivamente y palmotearme la espalda.
Me alegra saber que están
bien
–agregó, y al instante, se nos quedó viendo como si de pronto hubiese descubierto
que estaba invadiendo un íntimo espacio de complicidad entre nosotros…
Oh, bueno…estoy a la orden
por si necesitan algo –dijo y ni alcanzamos a abrir la boca cuando ya había desaparecido.
Nos miramos y soltamos la risa
¡Qué lindo! –dijo Marcela
Nuestras
manos se encontraron así, espontáneamente. Un cosquilleo delicioso me recorría
entero mientras nuestros dedos se acariciaban entrelazados sobre la mesa. Su
mirada parecía contener calidez y sensualidad, y su boca entreabierta me
hablaba de besos y caricias.
Sin
embargo, y como en otras ocasiones, mis impulsos volvieron a verse contenidos
cuando, en el segundo siguiente, sus ojos se volvieron dulces, húmedos y
agradecidos
¡Esto es absolutamente
estúpido!
–exclamó el yo calentón en mi cabeza que insistía en porfiados cálculos con
cuerpos desnudos, sexo y lujuria…
Marcela,
empezó por contarme que ya había superado lo del oído, escuchaba normal y no
tenía molestias de mareos ni vértigo. Dicho eso, soltó mis manos, y tras
reclinarse en el respaldo de la silla, me clavó una mirada cargada de
intensidad, y entonces me relató la historia del inminente divorcio de sus
padres y la de su posible viaje a los Estados Unidos a la casa de sus tíos.
Me
dijo que estaba muy preocupada por su hermanito porque parecía que su mamá
tenía planes de vender la casa e irse a vivir con una amiga ricachona que había
enviudado unos meses atrás.
Mi mamá está absolutamente
loca –sus
ojos, dos brasas oscuras que contrastaban maravillosa y ¡furiosamente! con el
azul de su pelo, parecían arrojar rayos mortales.
¡Es una estúpida
inconsciente y egoísta que sólo sabe pensar en sí misma! -remató
Mis
sueños de cama y caricias en una piel deliciosa, olorosa y besable, se
esfumaron de un golpe.
De
pronto, me sentí en otra parte. No podía conectarme con su drama, y mi mente se
cargaba de imágenes con mujeres frívolas y tontas que piensan en puras boberías
y que sufren por puras estupideces. De la nada empecé a sentir una rabia sorda
mientras mi imaginación divagaba en el sufrimiento de otros que no tienen nada,
que nadie los quiere y que sobreviven apenas con unos malditos centavos y
comiendo basuras…(¿?)
No sé muy bien qué voy a
hacer
–escuché que dijo y con ello regresé a la realidad de mi aburrida vida de
putísimo héroe de Marcela…
En
ese momento, alguien, al interior de mi persona decidió volverse loco
Marcela, ¡por favor, déjate de estupideces y haz lo
que tengas que hacer! –dijo una voz que salió de mi boca- Ya eres una mujer grande, no una niña.
Tienes todo en la vida, tienes casa, tienes comida, tienes dinero, gente que te
quiere…
Al
instante, y por un par de segundos, Marcela, me miró con ojos de incredulidad.
Acto seguido, su rostro pareció irradiar un resplandor ardiente muy parecido a
la furia
¿¡Qué dices!? –exclamó fuera de sí- ¿¡Cómo te atreves a decirme tal cosa!?
¿¡Quién mierda te crees que eres!?
No
alcancé a decir una sola palabra ni hacer ningún gesto que me sirviera para
calmarla, cuando ella ya estaba cruzando la puerta de salida.
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En
esta personal batalla por la sobrevivencia, al igual que todos, he estado
siempre sometido a los vaivenes de las emociones y al caos que, las más de las veces,
abunda al interior de mi cabeza. La profesión de tonto es una carrera de toda
la vida que a los 22 se incrementa de manera sustantiva porque uno tropieza con
la desconchinflada creencia de estar, por fin, entrando en una etapa de madurez
(¡já!). Por suerte, el robusto cínico que cargamos dentro, nos rescata
repetidamente de esos sentimientos de culpa que nos invaden después de hacer un
acto de estupidez incalculable: como el de abrir la bocota para decir
imbecilidades…
Me
pasé varios días reviviendo en mi mente aquella catastrófica perorata que le
solté a Marcela, y al final, decidí que todo se fuera a la mierda. No tenía
ganas de hacer aquella fastidiosa lucha del idiota buena gente y arrepentido
que pide perdón.
¡Que se joda! -me dije convencido…(¿convencido?)
De
pronto, un hormigueo típico en mis glándulas peludas me puso en alerta.
5
minutos después, el silbido en mi celular me anunció lo que mis adivinas
compañeras colgantes habían presentido.
Hola –decía el mensaje de
Marcela
Mi
impulso inmediato fue contestar con alguna cosa afectiva y amorosa. El yo
maldito me detuvo en seco
¡Calma, idiota! ¿¡Adónde
vas!?
Mi
corazón se puso levemente loquillo. Los dedos de mis manos parecían tener vida
propia y se morían de ganas por teclear palabras bonitas, mensajes dulces y
bobadas multicolores.
Me
parecía verla al otro lado de la línea mirando el celular con cara de ansiedad.
Hola –puse
(el
mismo yo maldito se negó a dejarme agregar algún emoticón feliz)
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Se
veía hermosa sobre la bicicleta mientras se acercaba por la ciclovía costera
frente al Club de Yates. Su sonrisa discreta y un beso en la mejilla me dieron
la idea que, aparentemente, todo estaba bien conmigo, pero que no había espacio
para nada de algarabías ni chistes malos.
Dejamos
las bicicletas apoyadas en un árbol y nos sentamos en el pasto.
Yo,
dedicaba mis esfuerzos en controlar ciertas ganas de un discurso estúpido con
palabras de arrepentimiento, porque presentía que debía jugármela por la imagen
del héroe honesto y duro que se atreve a decir las cosas por su nombre.
(¡Nada de pendejadas rosas ahora! –dijo
la voz del cabrón en mi mente)
Miguel –soltó, ella, de pronto,
fijando sus ojos en los míos- aunque
fuiste muy cruel en decirme palabras que me dolieron…creo que me has ayudado a
darme cuenta de algunas cosas…
(¡Silencio, ni una palabra! –volvió a
mascullar la voz)
…y pienso que me hacía falta
ese brusco despertar que me significó tu pésimo discurso –agregó con una mueca tipo sonrisa- De veras te digo que me ayudó…¡y bastante!
Yo,
sostenía su mirada con mi mejor cara de quien escucha atentamente (y a quien no
se le notan las ganas de abrir la boca para decirle lo hermosa que se ve con
esos pelos azules y esos ojos brillantes y ese escote exquisito que deja ver
aquellas…)
Miguel, ¿Entiendes lo que te
digo? –me
pareció que su voz venía desde lejos.
¡Por supuesto! Estoy aquí y
te estoy escuchando atentamente –dije, sin señales (casi) de sobresalto- Lo que pasa es que no sé muy bien qué decirte
-mi cinismo crecía como la espuma- Sólo
puedo alegrarme de que…estés bien.
Bueno, tan bien no estoy.
Pero, al menos ya no me siento presa de los conflictos de mi casa y todo parece
estar encausándose hacia algo medianamente normal. Bueno –agregó con un ademán- ya no sé qué es algo normal en estos
tiempos…
Lo
más liberador de todo era que, en sus ojos, ya no había ninguna señal de ese
lloroso y espeso agradecimiento. De nuevo, me sentía ávido de mirar
furtivamente sus redondeces y liberar mis más retorcidas intenciones con
dirección al sexo. Ya no me importaba un soberano cacahuate el papel de niño
lindo, ni el de buena gente ni el del maldito considerado idiota que ¡por
baboso! ve pasar los pasteles que se comen otros.
¡A la mierda! –exclamó mi Yo amigo más
cínico- Este pastelito ¡me lo como yo!
Marcela,
me contó que, finalmente, sus padres se habían separado y que su mamá se había
ido con la amiga de los millones. Ella y su hermano se habían quedado con su
papá.
También
me dijo que su padre había dado un giro en su relación con ella y su hermano, y
cada vez se mostraba más comunicativo y cariñoso. Algo que la tenía muy
contenta.
Sus
planes de irse a los Estados Unidos estaban cada vez más cerca de concretarse.
Me
sentía incómodo pensando en que ella tenía ganas de irse. Era como si yo no
entrara en ninguna ecuación con respecto de sus planes.
Me
dio risa tener pensamientos de esa índole
¡Cómo tan descarado! –me dije- ¡Estás pensando en quitarle la ropa a como
dé lugar y ahora me vienes con emocionalidades pendejas!
Las
sentencias de mi gurú favorito retumbaron en mi mente:
“…Lo primero que tienes que saber de ti es que tú no eres tú, sino la suma de muchos yo(es). Acuérdate de identificar cuál de tus yoes es el que habla por ti en algún momento que te resulte vital: ¿Es el de tu mente, el de tu corazón o el de tu cuerpo?”.
“…Lo primero que tienes que saber de ti es que tú no eres tú, sino la suma de muchos yo(es). Acuérdate de identificar cuál de tus yoes es el que habla por ti en algún momento que te resulte vital: ¿Es el de tu mente, el de tu corazón o el de tu cuerpo?”.
Caía
la noche. Nuestras conversaciones parecían hacerse infinitas. Teníamos palabras
de sobra para contar las historias que habitaban en nuestras cabezas y en los
parajes aún más intrincados donde se parapetan los sueños y los deseos. Las
emociones iban y venían como flotando en el mar, arrastradas por las corrientes
y las olas. Así surgían las de Marcela cuando me hablaba de sí misma. Parecía
que su corazón vagaba de aquí para allá sin muchas ganas de anclarse en ninguna
parte.
Mi cuerpo, tampoco siente
ansias ni angustia por amor y sexo –dijo de pronto
No
supe qué decir ante tamaña confesión, pero mi cuerpo reaccionó como si le
hubiesen inyectado adrenalina pura. Tuve una erección inmediata
Pero, no te equivoques –agregó sin darme tiempo a
tomar consciencia de mi calentura- no me
he vuelto frígida ni nada parecido.
En
ese instante, nuestras miradas se encontraron y entonces, algo pareció
encenderse. Mis ojos se fijaron en su boca entreabierta. Mi imaginación dio un
salto al abordaje. Marcela, me quitó la mirada y se quedó contemplando el mar y
el suave vaivén de los veleros anclados en la bahía.
¡Qué triste es ser tan
pendejo!
–me dijo una voz en mi cabeza
Pedaleamos
por más de media hora antes de llegar a la puerta de su casa. Durante todo ese
rato nos fuimos jugando a mirarnos furtivamente. El yo miedoso instalado en mi
mente me decía cosas idiotas como ¡No te
hagas falsas ilusiones!, mientras que mi otro yo, el ladino y calentón, iba
todo el rato conectado con una erección que cada vez se volvía más potente (y
súper incómoda para pedalear) a la vez que me parloteaba de un futuro
inmediato en una noche ardiente y
deliciosa entre las piernas de Marcela, con su perfume, sus olores, sus tetas
divinas, sus nalgas exquisitas…
¿Tienes planes para hoy? –preguntó ella. Tuve que
afirmarme de la bicicleta porque sentí un súbito temblor en mis piernas
Nada especial –dijo alguien a través de
mi boca
Si quieres, te paso a ver
como a las 9
–dijo como si no hablara conmigo. La erección se volvía cada vez más dolorosa.
Perfecto –exclamó la voz que salió a
duras penas entre mis labios mientras otra parte de mí luchaba con unas
mandíbulas trabadas.
Se
entró rauda a su casa y sin decir otra palabra ni despedirse. Me pasé la
película de la chica súper nerviosa que tiene miedo de lo que quiere hacer,
pero que lo desea tanto que por eso no se atrevió a mirarme a los ojos ni a
decir ¡hasta más rato! ni a darme un
beso en la mejilla, ni…
¡Déjate de pendejadas y
ándate para tu casa, ya! –me gritó la voz de mi cabeza.
Pedaleé
como lo habría hecho algún sobrexcitado aspirante a campeón del Tour de France.
Me sentía energizado hasta el ridículo, pero junto con ello, me invadía una
irritante y angustiosa sensación de inseguridad.
Me
imaginé desnudo frente a Marcela, y sin saber qué hacer. Me puse en el contexto
de mi calentura y me figuré que a lo mejor no le iba a gustar que le diera
besos con lengua, y ni qué decir de otras ideas locas y ardientes que se
encendían en mi mente y en todo mi cuerpo.
Hacía
mucho tiempo que no me sentía tan excitado ni preso de tantas inseguridades.
Hasta sentí miedo de perder el control o de echarlo todo a perder…
Ordené
rápidamente el departamento, arreglé con todo cuidado mi cama, di vuelta el
colchón, cambié sábanas y fundas y les solté un par de espray de mi Calvin
Klein. Luego, me di una ducha en un estado tal de agitación que no era capaz ni
de enjabonarme la entrepierna sin que el “calvo” se me revolucionara en dirección
al techo.
¡No debes enjabonarte la
goma! –me
aconsejó mi experto, inseguro y nervioso ego cachondo- Puede ocurrir que a ella le guste darte una…
El
calvo parecía estar a punto de explotar. La sola idea de su boca y su lengua en
mi…
¡No seas pendejo. Eso no
ocurrirá!
–dijo la voz del mismo libidinoso sabelotodo e incompetente que da malos
consejos y que ahora me pedía a gritos algo para la sed.
Me
preparé un ron de esos que hace un barman para los clientes que dan buenas
propinas, y antes que pudiera decir ¡salud! ya me lo había zampado de una.
Si
hay algo que odio, es esperar. La botella de ron me hacía malditos guiños
maliciosos. Apuré un vaso largo de agua mineral para calmar las ansias de otro
trago que, de seguro, me habría puesto la lengua traposa y un cerebro lleno de
ideas babosas...aún más de las que ya se agolpaban por docenas en el mismo
espacio donde también se hallaban almacenadas mis miles de millones de neuronas
inteligentes…
¡Maldita sea! –masculló entre dientes una
voz en mi mente- ¿¡Y dónde están esas
cabronas cuando uno más las necesita!?
El
timbre en la puerta me hizo pegar un brinco.
El
pelo azul de Marcela brillaba bajo la luz del farol en el umbral y la blusa
entreabierta me dejó aún con menos aliento del poquito que me quedaba después
que sonó el timbre.
Sus
ojos maravillosos lucían chispeantes y ¿traviesos? Nos abrazamos tiernamente, y
cuando le di el beso en la mejilla, el perfume que emanaba de su cuello me
inyectó 50° de calor ardiente de un golpe, y una corriente ¿electromagnética? encendió
el total de mis células y fibras nerviosas en los 1.7 m2 de superficie de toda
mi piel, amén de endurecer instantáneamente todo lo demás…
(No
supe si lo imaginé, pero por un instante ínfimo de tiempo, creí sentir que su
bajo vientre se apegaba al mío, al tiempo que su divino monte de Venus se
apretaba sutilmente en contra de mi calvo enardecido…)
A
duras penas pude controlar mis brazos que querían rodear su cintura y hacer de
ese “delicado encuentro” de dos órganos sexuales saturados de sensibilidad y
sensaciones apoteósicas, un choque brutal y despiadado…
Mis
varias sesiones de yoga y unos cuantos libros acerca del control mental, la
mecánica del sistema nervioso central, el efecto cuántico de la paz interior
(¿?) y otras pendejadas parecidas, no parecían surtir efecto alguno en mi
raciocinio mental cuando Marcela, dirigió sus pasos hacia el sofá, mientras su
falda diminuta seguía el ritmo de sus caderas y de sus deliciosos glúteos.
La
canción de Sabina fantaseaba en mi cerebro mientras mis ojos devoraban el
paisaje…
“…Peor
para el sol que se mete a las siete
en la cuna del mar a roncar,
mientras un servidor
le levanta la falda a la luna…”
en la cuna del mar a roncar,
mientras un servidor
le levanta la falda a la luna…”
Me
gusta el ron en vaso whiskero, con dos hielos, una rodaja de limón y un
chorrito de agua mineral con gas –dijo
Lo bueno de ser borrachín de fin de semana y de
Lunes a Domingo, es que uno tiene sus cosas, y yo tenía todas las que, Marcela,
ya instalada en el sofá, deseaba.
Le dio unas cuantas vueltas a los hielos con el
índice, chocó su vaso con el mío y se zampó el ron de una. Un hielo asomaba y
desaparecía entre sus labios mientras su boca y su lengua jugueteaban con él.
¡Guau…! –pensé- esta Marcela parece otra. Todo el
ron de mi vaso desapareció al interior de mi garganta.
Mientras le preparaba otro trago y mi cerebro
buscaba alguna frase inteligente que decir, Marcela, hacía un pequeño tour por
mi departamento estudio. Se encaminó hacia mi cama y se sentó en ella.
¿Aquí es donde te revuelcas con tus chicas? –soltó de pronto
Jajaja
–el alcohol ya me hacía sentir algo más relajado y desinhibido- No, normalmente duermo ahí o me apoyo en
ella mientras mis rodillas están sobre el tapete…para decir mis oraciones…
¡Já!
–rió Marcela, dejándose caer de espaldas sobre la cama. Su falda
diminuta se encaramó unos cuantos centímetros por sus muslos lo justo para
dejar entrever la punta de un calzón blanco que cubría la curva divina de
aquella parte…
¡Guau!
tu ron me relajó absolutamente –exclamó, al tiempo
que un tirón de su mano derecha corrió la falda y echó a perder absolutamente
todo el espectáculo.
A esas alturas, y más allá de una cierta
sensación de relajamiento, mi cuerpo ardía, la cabeza me zumbaba y la erección
amenazaba con romperme la cremallera (modestamente hablando). Aunque, por otro
lado, estaba más que sorprendido con la actitud de Marcela. Esperaba otra cosa
de ella. Me había imaginado que este primer encuentro en mi casa, de noche, con
trago, romántico y sexual, sería el de una chica comedida, delicada, mesurada…
¿Será
que no sabes una mierda de mujeres? –me dijo una voz en
el cerebro
La música de Montaner se apoderó del primer plano
de mis pensamientos. No sé si fue la letra y el ritmo de la melodía o los dos
rones, pero de pronto tenía yo el puño cerrado a modo de micrófono frente a mi
boca, y de mi garganta brotaba la letra de la canción, al tiempo que mis
piernas me conducían directamente a los pies de la cama donde Marcela seguía de
espaldas y me miraba sonriente y…¿coqueta?…
“…Dame tu
consentimiento
para conquistarte con mis carabelas
Deja hacerme de tu orilla
porque la corriente a lo mejor me lleva…”
para conquistarte con mis carabelas
Deja hacerme de tu orilla
porque la corriente a lo mejor me lleva…”
Antes que alcanzara la siguiente estrofa, Marcela, la chica
deliciosa, la idealizada señorita de mi cerebro idiota, me agarró de la camisa
y de un tirón me atrajo hacia ella.
Su boca, me dio una clase magistral de besos con lengua al
tiempo que sus labios y sus dientes jugaban a morder y chupar y besar y chupar
y besar…
Sentía los dedos de sus manos hincarse en mi espalda mientras
mi calvo compañero y sus millones de fibras nerviosas gimiendo de placer se
restregaban apasionadamente con un pubis deliciosamente suave y acojinado.
De pronto, sus manos se aferraron a mis hombros y empujaron
hacia abajo.
Un par de pezones rosas en unas tetas hermosas, firmes y
redondas, quedaron al descubierto frente a mis ojos, cuando, Marcela, con un
movimiento experto, se sacó la blusa de un golpe.
Mi boca y mi lengua disfrutaron cada milímetro de esas gomas
deliciosas y juguetearon con sus botones que se volvieron exquisitamente duros
y sensibles.
Sus manos, de vuelta en mis hombros, me indicaron que era
hora de seguir bajando.
Recorrí toda la amplia y ardiente avenida de un cutis suave y
oloroso en dirección a su ombligo. Dejé que mis labios y mi lengua lo
acariciaran por un tiempo. Sin embargo, mi boca ansiaba ardientemente continuar
su viaje.
Mis manos, en sus caderas, atraparon el diminuto calzón y se
lo llevaron de viaje recorriendo muslos, rodillas y piernas en un crucero de
placer que prometía un puerto maravilloso donde recalar…
Los gemidos que salían de su boca me excitaban hasta el
frenesí. Mis labios y mi lengua gozaban cada trazo de esa piel palpitante, cada
curva, cada rincón. Seguí mi viaje de besos y caricias hasta el interior de
unos muslos que cedieron al impulso de la humedad y se abrieron como una flor.
El perfume de su entrepierna hizo que mi lengua y mi boca se
perdieran en ella…
Fugazmente, y por la luz que irradiaba del equipo de música
sobre la cabecera de mi cama, alcancé a divisar el rostro de Marcela contraído
de placer, mientras por su boca abierta se escapaban suspiros y gemidos.
De todo lo que ocurrió luego, esa noche, y hasta caer rendido
por el sueño, diré como otra canción de Sabina:
“…Y después, para qué más
detalles,
Ya sabéis, copas, risas,
excesos.
Cómo van a caber tantos
besos
En una canción…”
La
luz del mediodía me dio de lleno en los ojos. Marcela, no estaba en la cama.
Miré a mi alrededor y no vi ninguna señal de su ropa. Tampoco encontré ningún
mensaje.
Pasaron
varios días sin que recibiera alguna llamada suya ni que la voz mecánica en su
teléfono dejara de repetir aquello cargante de “nuestro cliente tiene su teléfono apagado o se encuentra fuera del
área de servicio”.
En
un principio, encontré que su desaparición podía ser algo normal
A lo mejor, quedó loca con
tanto sexo -me
dije
¡Claro que sí, supermachote! –exclamó una voz burlona en
mi cerebro.
Con
el pasar de los días, me empecé a llenar de rabia. Aunque, por otra parte, casi
todos mis yoes me repetían que entre Marcela y Miguel no había otra cosa que
emociones en el aire, chácharas geniales y un polvo fabuloso.
¿Qué más tienes con ella? –preguntó alguien en mi
cabeza en un tono cargado de ironía ¿Acaso
crees que son…novios?
De
tanto pensar y darle vueltas al asunto, se me vino a la mente la sentencia de
otro de mis gurús favoritos
“…si te enamoras de la
persona equivocada, no intentes cambiar eso con tu cabeza. Una idea no borra a
una emoción, apenas la modifica. Sólo otra emoción es capaz de reemplazarla y
hacerla desaparecer…”
Esa
revelación, me hizo montar la bicicleta y tomar el rumbo hacia la casa de
Marcela.
Lo que tenga que ser que sea
y lo que cague que cague –me dijo la voz
Todo
estaba muy quieto en la casa y nadie respondió a la puerta después de timbrar
tres veces. Esperé un rato sentado en un escalón, pero nadie apareció.
Regresé
al día siguiente y ocurrió lo mismo. Pero, y justo cuando ya iba a subirme a la
bicicleta, un coche descapotable se estacionó frente a la casa y pude reconocer
a la madre de Marcela.
Agitó
su brazo desde el coche
¡Hola! –exclamó jovialmente- ¿Buscas a Marcela?
Me
sorprendí que supiera tal cosa. Y justo cuando le iba a decir que sí, la doña
ya venía con su mano extendida.
Al
saludarla, recordé la primera y única vez que le había dado la mano y,
nuevamente, sentí la suavidad de su piel y esa forma de apretar, entre cálida y
sensual.
Miguel ¿verdad? –dijo la dama al tiempo que
metía la llave en la cerradura y un incitante perfume se colaba por mis fosas
nasales. Las bellísimas redondeces al final de su espalda me hicieron pensar
que las razones del delicioso trasero de Marcela estaban justo frente a mis
ojos…
Jajaja –rió ella, mientras me
hacía el gesto de seguirla, y no supe qué pensar de su reacción
Había
varias cajas de cartón dispuestas en el hall. La doña hizo un rápido conteo de
ellas y luego se dejó caer en el sofá de la sala
¡Son demasiadas! –exclamó con cierto
fastidio- Tendré que conseguir algún
transporte
De
pronto, me clavó la mirada como si recién me descubriera. Sus ojos esmeraldas
tenían ese brillo excitante de la mujer madura que se sabe guapa y atractiva.
Miguel, parece que tú no
estás enterado que Marcela se fue a los Estados Unidos
A
pesar que en mi fuero interno yo presentía una cosa como esa, la noticia me
remeció
¡Guau! –pude exclamar- La verdad es que no tenía idea ¿Y cuando fue
que partió?
En
ese momento, sentí un cosquilleo en el estómago y el típico recogimiento de mis
óvulos colgantes cuando el sexto sentido me dice que algo no está bien.
A ver, déjame calcular…Hoy,
es Jueves…mmmmm…-se contó los dedos de una mano- Fue
el Domingo… ¡Qué tonta soy! –rió- Mi
cabeza anda un poco loca. Obvio que se fue el Domingo, porque el Sábado la
invité a cenar y me dijo que tenía una fiesta de despedida…
Bueno –agregó- tú ya deberías saber cómo son estas niñas.
Parecen estar siempre ansiosas de irse a
vivir por su cuenta.
Mi
mente divaga entre emociones encontradas, recuerdos de sexo y el olor de la
entrepierna de Marcela. También, sentía rabia y despecho…
En el aeropuerto, me dio
apenas un beso de despedida –continuó ella rebuscando algo en su bolso- pero en los brazos de su novio sí lloró como una loca. Me pareció una
exageración… -dijo finalmente.
Tuve
una sensación horrible en el cuerpo. Algo así como una corriente de fuego que
subía por mis piernas, me hacía hervir las tripas y se ponía a punto de
explotar en mi cabeza…
¡¡Puta de mierda!! –gritaron todos mis yoes al
unísono dentro del caos de mi cerebro
En
ese momento, ella, se puso de pie y me regaló una sonrisa cómplice
¿Me acompañarías con un trago
en la piscina? El día está exquisito para un chapuzón ¿No crees?
Hasta
me pareció que sus ojos me regalaban una caricia.
¿Te sientes bien? –preguntó de pronto
Me
puso una mano en la mejilla y luego en la frente. De sus ojos esmeraldas
parecían brotar brillos traviesos
Mmmmm, no tienes fiebre –dio media vuelta y se
dirigió al interior de la casa.
¡Vamos! –exclamó- un
chapuzón te refrescará la mente y tal vez…las emociones
La
seguí como un autómata. Las neuronas de mi cabeza parecían seguir mascullando
rabias e insultos…
En el closet de allí
encontrarás varios trajes de baño –dijo, señalando con el brazo extendido hacia la
entrada de una habitación.
Cuando
crucé el umbral de la puerta y salí al jardín, la señora madre de Marcela (cuyo
nombre no puedo recordar) estaba recostada en una reposera. Ni diré que me
quedé petrificado. Tampoco remarcaré que el calvo de mi entrepierna se
endureció instantáneamente. Sólo diré que se veía ¡esplendorosa! y que todas
mis neuronas enrabiadas, todas mis tripas revueltas, todo el despecho y la
frustración…¡se disolvieron al instante!
Ella,
me vio venir y me regaló una sonrisa encantadora. Sus ojos achinados
recorrieron mi figura
Me gusta –dijo, y volvió a sonreír- te sienta bien ese traje de baño
(Casi
le contesto que a ella el bikini le quedaba como para creer que el papá de
Marcela era el viejo hijo de perra más idiota del mundo)
Acto seguido, me señaló el frasco de loción
para el sol sobre la mesita donde también estaban dispuestas las botellas, los
vasos, el hielo y todo lo demás.
Ponme algo de eso en la
espalda ¿ya?
–dijo y se dio vuelta.
¡Guau! –pensé, mientras ponía un
poco de loción en la palma de mi mano, al tiempo que mis ojos devoraban el
paisaje de un trasero hecho a mano y una piel perfeccionada por años de cremas
francesas y expertos masajes suecos…
No pienses demasiado –dijo ella de pronto- Relájate. Todo está perfecto. Nadie vendrá
por aquí en una semana. No tienes nada de qué preocuparte…
Me
invadió una sensación deliciosa.
Mis
manos, sin el menor temblor, esparcían la crema por una piel suave, firme y
elástica. Recorrí toda su espalda hasta que mis dedos llegaron justo a la curva
donde empieza la gloria…
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