por Alien Carraz
Los chilenos, pasamos
muchas vergüenzas. Hemos logrado transformarnos en impenitentes
cautivos de la letra chica, esclavos deudores del sistema consumista
y hasta amantes de la incertidumbre (entre deudas, asaltos, temblores
y tsunamis). Lo único bueno para la salud mental nuestra es que,
además, mayoritariamente (y por goleada), somos extremadamente
cortos de vista e indiferentes nerviosos con la realidad que nos
rodea, incluidos el alza del dólar, la baja del cobre y los
parloteos del Banco Central. Y ni qué decir del calentamiento
global. Estamos seguros que esa es una cuestión que pasa en otras
partes, como el yihadismo o los carteles del crimen organizado.
Somos aún la chilenidad
conservadora del papel confort, la toalla nova y el frigider. Los
Matte nos matan con goles de arco a arco y se matan de la risa en los
salones donde el clan saca sus cuentas y planifica los discursos.
Eliodoro, es el santo Noble de la Elite que sostiene su Abolengo y
Confort en el orto de nuestras asentaderas. La hora del destape
parece una cosa sin fin, de esas que se miden en años luz, porque
donde cualquier fiscalía meta las manos aparecen karadimas como
moscas en la mierda y todo aquello que parecía tan santificado
resulta que no es otra cosa que un nido de ratas, una sucursal del
complot, una variante del pichuleo. La gente ya no sabe qué crestas
pensar.
La gracia de ser chileno es que uno termina cagándose de la
risa en patota y apernando el cerebro a esas modas idiotas como la de
los bobos “memes”, que no pasan de ser una fomedad gráfica sin
límites, tan propia del desahogo pendejo vía internet. Lo malo es
que al día siguiente de un “eliorodazo” se destapan nuevas
cloacas, se nos desinfla el espíritu del campeón de América y nos
invade la desazón al pegarnos el alcachofazo de que estamos en la
misma lista de los banana boys, los guachacas del reggaettón o los
narco-chanchos. No somos ni mucho más que cualquier corrupto
tercermundista del lote.
El mundo ideal de un Chile
campeón de todo se nos desconchifla como en el 3-0 en Uruguay donde
nos aplicaron la táctica “centenaria” de sacarnos la cresta, aún
jugando mucho menos futbol que nosotros, pero eligiendo la gracia de
meterla adentro por sobre la de andar jodiendo con la pelota con más
disperción (y menos penetración) que el ministerio de justicia en
los enfrentamientos mapuches.
El Niño crece como una
guagua bien alimentada, y lo que viene -según cuentan- son lluvias
rabiosas en pleno Verano, más el resto de un clima escandaloso que
nos hará vivir nuestras vacaciones maldiciendo a la era industrial,
a los hidrocarburos y a San Isidro, por pajarón. La evidencia del
cambio climático es irrefutable absolutamente, tal como lo es la
idiotez humana que, en casi 4 millones de años, ha evolucionado
menos de una cienmilésima en favor del amor, de la paz y del sentido
común. Hemos vuelto mil veces a los tiempos de las primeras cruzadas
donde se acusaba a la gente de herejes y se les asesinaba en nombre
de algún dios de porquería.
Cada vez más, los pueblos sumidos en
la pobreza pierden buena parte de su fe ciudadana en medio del caos y
los abusos de las pseudo democracias y los retorcidos esplendores del
libre mercado. La justicia, es la más parcial de todas las leyes que
gobiernan las selvas de cemento porque sus afanes están siempre
sometidos a los corpulentos volúmenes de los intereses y las
influencias. Lo dicho: robar -en una colusión impúdica- el
equivalente a cientos de millones de manzanas, es un acto de terrorismo
económico de cuello y corbata que no alcanzará para que Eliodoro
conozca por dentro los rigores de una celda, tal como le ocurriría a
cualquier chileno con hambre por robar sólo una manzana. “Los
chilenos somos todos iguales ante la ley”, no es otra cosa que una
cháchara centenaria de esas que se repiten como aquella célebre
convicción de la voluntad y determinación criollas del día siguiente, con la boca reseca y la cabeza a punto de estallar: “¡Juro que
no vuelvo a tomar!”.
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